martes, 6 de enero de 2009

azúcar

La tarde caía sobre una ciudad húmeda y monótona. A lo lejos, el atardecer parecía disolverse en las luces que poco a poco se iban encendiendo en las casas, moviéndose con los automóviles al ritmo de los motores y las bocinas. LF sintió como en ese momento el estómago le dio una vuelta violenta, estaba tirado en su cama, de costado, con una almohada entre las piernas y el mundo que parecía retroceder vertiginosamente dejando atrás un cuerpo vacío y equívoco, seco ya de lágrimas y lamentos. Era este el momento, de aceptar ese paso del tiempo como algo inevitable y ese final con sus puntos suspensivos como el resultado comprensible de la espera caducada. LF es una imagen dilatada que espera a través de la ventana, con el agua resbalándole por los ojos, a través de las gotas susurrándose a si mismo su credo inteligible...

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