miércoles, 15 de agosto de 2012

Drama-exprés

Ella decidió guardar el trozo de pastel para más tarde, para comerlo cuando nadie la viera. Se levantó de la silla como quien no quiere la cosa y se dirigió lentamente hacia la cocina, midiendo cuidadosamente los pasos para no llamar la atención, sólo quería una servilleta, nada más, para envolver el trocito de pastel guardado.

En el camino a la cocina, pensó en el pastel, en ese cuadrado de alegría que la esperaba para más tarde. Se imaginaba divertida, saltando sobre un campo de turrón de colores. Es que no había otra cosa que la emocionara más que un trozo de pastel. Se recordó cuando niña, el día de su cumpleaños, y aquella torre inmensa de placer amerengado que la esperaba al volver del colegio. Es que en el colegio no permitían pasteles. Los pasteles eran demasiado coloridos y alegres para los corredores olorosos a trementina, además, siempre existía el riesgo de una guerra, y las niñas no debían jugar a la guerra, sino a cocinitas, casitas y mamitas. Pero al llegar a casa, ahí si estaba el pastel, precioso, perfecto, sentado como un Buda benévolo esperando una mordida. Claro, lo malo es que luego venía el canto, el abrazo, la abuela, la tía, la mamá y toda la familia, lo malo es que había que repartirlo y ella se quedaba muda y quieta mientras Buda era mutilado hasta dejar sólo un trozo, un cilindro mal cortado que llamaban "centro" y que se guardaba para después.

Después, ese después dulce que la esperaba sobre el escritorio. Pequeño sí, pero no menos dulce y delicioso como antes. Una servilleta, sólo eso es lo que necesitaba, solo un segundo para tomar la servilleta y volver como si nada al escritorio con mini buda. Cajón atorado, no se abría, 1-2-3 tirar fuerte y nada! Llamar a alguien, a quien? no hablaba con nadie en la oficina, no iba a molestar a nadie por una servilleta, ¿O sí? quizá solo necesita tirar mas fuerte. Al fin! el cajón se abre estrepitosamente y servilletas flotando por doquier, junto con un par de cucarachas muertas.

Ella ordena el cajón prolijamente, y lo cierra con cuidado, sin que nadie note la prisa por volver a su cubículo. Ahora sí, la distancia es mas corta, el dulce placer se encuentra cerca, el paladar se le humedece con este pensamiento, al pisar el umbral de su espacio personal.

Un grito. Otro grito. Un plato vacío untado de turrón. Una cuchara de plástico. Un ojo desafortunado. Un trozo de pastel abandonado demasiado tiempo.



1 comentario:

Darwin Andino dijo...

Bonito!