en el agua helada de un jardín de nadie,
se revuelca gozosa la conciencia,
y acaricia con dolor la mano blanca,
que en ella deposita un beso azul.
con la brasa que desprende el cigarrillo
se ejecuta una marca en la mejilla,
para que le queme y no se olvide,
de lo negro que resulta el esperar,
de lo enfermo que resulta el parecer,
y se desprende de su alma turbulenta,
eso que llamaban desperfecto,
se acumula en las puntas de su pelo,
el humo, un broche de oro y su esqueleto.
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