miércoles, 21 de mayo de 2008

A tu vestido de cuero negro. Olimpia.

cuento viejo que ahora vuelvo a subir

Hasta hace poco no había nada más bello que estar con Olimpia. Cierro los ojos y con un suspiro hondo, profundo y sentido, vuelvo atrás y corrijo: hasta esta noche no había nada más bello que estar con Olimpia. Siempre había sido una persona romántica, sí, también en el sentido de las cosas tontas y cursis que hacen los enamorados novatos, pero esa es otra historia. Estaba diciendo que siempre había sido una persona romántica, de esas que se pasan la vida queriendo vivir en París, tomando vino y viviendo entre artistas, en algún pequeño y oscuro "atelier" de la "Rue tal por cual", en ese entonces soñaba mucho y pensaba poco, pero ¡Qué bien se sentía soñar con cada detalle!, con toda la mugre y los papeles estrujados por el piso del atelier, con Olimpia esperando todas las mañanas y todas las tardes, todos los días si era posible, siempre en su lugar, sin moverse un centímetro. Con Olimpia, con ella. Y tendría un gato, de esos que llegan sólo cuando tienen hambre, tranquilos ambos de brindarnos un instante de placer comprado. Pero el gato no puede acercarse a ella, tan delicada, tan dueña de su espacio como es dueña de mis manos. Y yo nunca te dejaría Olimpia, nunca te voy a dejar. Porque soy una persona romántica, porque lo he sido siempre, porque todos dicen que lo fui. Y tú, estuviste ahí desde siempre, desde que te jalaba dentro del colegio por los pasillos brillantes y recién trapeados. Desde que te odiaba, Olimpia. Pero ahora estás conmigo, y yo te digo que te vas a ir conmigo. —¿Supiste que te traicioné?—te digo de cerca—¿Supiste que París y el atelier se quemaron? Supiste nada porque no supiste que eras tú.

El clac clac resuena sordo en la cabeza de los durmientes frustrados, que murmuran credos inteligibles, tropezando sus ayes con los zapatos en el piso, talvez con la piedra redonda con que siempre sostienen la puerta del dormitorio central. Abren la puerta para que les entre la noche y se acueste entre ellos, silenciosa y fría como manos de muerto. Yo pienso en ella, y el sudor helado comienza a volverse viscoso. Olimpia, si vieras Olimpia, que yo te llevara conmigo. Pero esta noche, esta noche no. Y qué violencia, qué violencia de volver a tocarte, amiga, de volver a palpar tu frialdad con mis manos temblorosas, de tocarte suavemente, tratando solamente de rozarte. Clac clac clac, como en los viejos tiempos, como cuando podíamos vernos en las tardes y en las noches. Como cuando te odiaba tanto que ya ni te acuerdas, porque sí, es verdad, después te necesitaba y ahí estabas dormida, y se te olvidaban mis rabietas y me dejabas tocarte como antes. Hasta esta noche. Esta noche te he dejado pero no es porque ya no te queira, tu sabes que sí, y te lo he dicho aunque no me respondas y sigas tan indolente que ya no sé hablarte y contarte todo, porque tu sabes que te lloré cuando te tocaba, mientras me aferraba a tu tacto helado, inmóvil como estabas, como estuviste siempre.
Y aún sin moverte, cómo me amarrabas a ti, Olimpia…

Hoy es la primera vez que escribo, sin ti. Y cómo voy a extrañar equivocarme contigo y gritarte sin razón pero entiende, que es necesario que te deje para poder ser. Y ahí donde estás, sin moverte ahora, me pareces más hermosa sin mí a tu lado. Esta noche no, Olimpia, ni la que sigue. Es difícil abandonarte para verte sin traición, volver a verte de reojo, bella, entornar los ojos, vieja, volverte a ver, me llamas, mirar al techo, te odiaba, bajar la vista, clac clac clac, cerrar la boca, clac clac clac, tomar un trago, si yo ya no fumo…vieja amiga…Que se muera, llévesela, se la vendo, se la regalo…no se la lleve, es mi Olimpia…es buena, trabaja bien, mírela está entera…Es mía, a mí me sirve…ya se compró la computadora, está barata…Unos días más, en lo que me acostumbro…no moleste, ya me había dicho…tan vieja, tan buena, tan anaranjada, tan metálica…Tan buena, mi hija está aprendiendo, dice que va a ser secretaria… A mí que me importa, yo quiero a la Olimpia…Si sólo es una máquina de escribir, además ya está vieja…Devuélvamela…Dios se lo pague…Que se lo pague el diablo si quiere, pero tráigamela de vuelta, la necesito, se lo juro…Hay vengo el jueves…Adiós bonita…que estés bien…No se enoje, pero se me olvidó…No se preocupe, se me pasó...¿De veras la quiere?...Sí, pero no..¿ya no?...No, quédesela…gracias… por amor nadie se muere… por una Olimpia vieja y maltrecha tampoco, estee…sí, verdad…de verdad…Yo no sé…ni yo tampoco…Adiós…Adiós…Cuídemela..sí…¿Ah?...mjm…mh-m.


Esta pieza ha sido publicada en el periódico quincenal De Primera, El Salvador.
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