domingo, 10 de mayo de 2009

story telling

Regresó a través del sueño a ese jardín de infancia abundante y flores de colores donde conoció a N. Lo esperaba ahí, muda como siempre, con su pelo largo y los ojos oscuros donde era tan fácil perderse. Como todas las tardes, JP se sentó junto a ella y encontró con inmensa alegría aquel librito de poemas de Bécquer que siempre guardaba en el bolsillo izquierdo de su camisa almidonada.–Hoy no quiero leerte poemas, N.–le dijo dulcemente al oído–Hoy en la tarde solo quiero tomar tu manita blanca y darle miles de besos, así, así, así, así, así–y le besaba la mano–así, así, así, ¿Ves como te quiero, N.? Así, así,–pero ahora le besaba la mano frernéticamente, casi pasándole la lengua, casi comiéndose enteros los deditos sonrosados, como de fresa, como de crema, regordetes los diez dedos iguales que cada vez se ponen más dulces. N. no decía nada, pero debajo del árbol más viejo crecen desde hace quince años unas extrañas florecitas blancas, tan fragantes que provoca devorárselas.

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